9 de noviembre de 2008

Pensamientos


Me inquieta tu forma de mirar: uno queda atrapado en tus ojos y es como si penetraras el alma con una profunda intensidad. Siento que es difícil sostener la mirada lo mismo que dejar de mirarte: lo que existe es un anhelo candente por quedarse ahí, llegar al límite de los deseos para que no haya más opción que acercarse, susurrar, tocar, embriagarme con tu aroma... Que delicia sentirte, rozarte, olerte, acariciarte, lamerte, besarte... Todos mis sentidos exacerbados por ti: el nervio, la emoción, las ganas contenidas, lo que tu cercanía me provoca.
Cada pequeño toque con un dedo tuyo, o tu mano, o tu rodilla o tu oído, es como encender circuitos, levitar. Me haces sentir demasiadas cosas, y no exagero al decir demasiadas...
Nuestros encuentros -cuando se den- ¿van a ser espacios para recrear las fantasías que surjan entre nosotros? ¿Se vale soñar todo...? ¿Me vas a llevar por ese camino de la libertad corporal, de la expresividad de los cuerpos? He de confesar que me asusta y me atrae... Si cierro los ojos puedo imaginarte dentro, sentirte dentro... Tiemblo con este pensamiento tan real, lo juro.
Excita sobre manera nombrarte de millones de formas que sólo te identifiquen a ti, porque mi ser te reconoce como único. Y no sobra decir que me gusta mucho conversar contigo y que esa confortable sensación de confianza, de entrega, de disposición a la escucha mutua es un entremés que también excita de una forma no concebida.
Te pienso poderoso, gentil, algo frágil, guía, explorador audaz, todo menos intocable, y lo agradezco. Cuando me broten pensamientos así, ¿puedo invocarte?

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