12 de noviembre de 2008

Instintos


Por la mañana me tomé un descanso y salí a caminar al parque... Aún en esta época el tiempo es caluroso y la gente anda de poca ropa, con un aire despreocupado que contagia. De entre todos, destacaba una pareja entregada plenamente al deseo, a sus instintos... a la pasión. Había otros entrelazados, adueñados de las bancas cobijadas por techos de tronco, recargados entre sí, abrazados, enbesados, mirándose a los ojos, conversando... Sin importar la edad, se dejaban ir para simplemente estar. Pero estos que me atraían eran distintos: puedo jurar que tenían cuerpos sin estrenar. Su ropa era como su segunda piel, y aunque ambos iban de jeans cada uno emanaba una sensualidad propia de su género. Ella estaba sentada encima de él y lo besaba como quien bebe para saciar una sed de siglos. Él la tenía tomada sólo de la cintura, pero podías sentir que en realidad la soportaba con la potencia de su sexo joven porque ella, aún pegada a él, en realidad flotaba. Sus manos revoloteaban con una lentitud exasperante por entre el cabello de él, que se veía tan suave y sedoso como el de ella. En un momento, como si se penetraran mutuamente con sus anhelos, ella se dejó ir hacia atrás, con los brazos sueltos, los pezones levantados bajo la blusa, confiada en ese abrazo profundo... Él, sin dejar de tenerla apenas en sus manos, se dedicó entonces a besar la parte de piel que sobresalía de su camisa blanca, su cuello, su barbilla. No podía dejar de mirarlos... La energía sensual que emanaban era tan fuerte que era como si todos los que estábamos alrededor desapareciéramos a otra dimensión y se quedaran no en medio de un parque sino en el edén original. Los pájaros cantaban para ellos, la brisa les susurraba, las flores les compartían su aroma... Me sentí vouyerista privilegiada por esa escena. No eran dos: eran fusión desvergonzada y placentera, sin temores, sin culpas, sabedores de un secreto antiguo que muchos se empeñan en negar. Ella se incorporó y volvió a acariciar su rostro, a perderse en sus ojos; entonces él ya no resistió más y la abrazó para pegarla aún más a él, como si quisiera llevarla dentro, hacerse uno con ella. No sé cuánto tiempo estuve por ahí sentada, mirándolos, regocijándome por ellos, hasta que me di cuenta de que estaba caliente y ruborizada porque al verlos se me antojó mucho, muchísimo cachondear así contigo...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

qué chido texto, arriesgado, irreverente, con punch, muy chido. me latió.

Martha, la de siempre dijo...

Mi queridísimo servidor nocturno, que honor que usted me lea y me obsequie un comentario, cuando yo admiro su poesía y su estilo tan irreverentemente elocuente... ¡¡Gracias!!

Selva Hernández dijo...

¡Aich, Martha! ¡Está bueno tu blog!

Martha, la de siempre dijo...

¡Selva, que maravilla que te guste! Aprecio mucho, muchísimo tus opiniones... Gracias!!