Mi cuerpo sabe extrañarte. Tiene grabado a cincel de
fuego la forma en que se encuentra con tus formas.
La docilidad de la carne que se amolda para confundir las
manos que se buscan, reniega de la vacuidad que la rodea en tu ausencia.
Me sobra aire, quiero ahogarme en los besos hasta la
saciedad; olvidarme del día y la noche para marcar con los suspiros un tiempo
acompasado a nuestros ritmos. ¡Búscame, bébeme, respírame!
Mi corazón se pausa ante el sigilo. Requiere de tu voz
para avivar el pálpito de vida.
El espacio me brama tu silencio y hasta las cigarras
quedan mudas, al atisbo de una seña tuya.
Miro el reloj. Las manecillas juegan la danza de las
horas.
La luna no se ha ido, permanece latente bajo el fulgor
del sol, dispuesta a cobijar la intimidad que anhelo.
Las aureolas de mi cuerpo resplandecen ante la caricia de
la luz, erguidas por el soplo de aire que te anuncia.
A bocanadas, el viento me cubre contándome de ti, y
certera, la brújula apunta ya el sitio impostergable del encuentro.